sábado, 18 de abril de 2009

Viaje a Paquimé y a las Casas Acantilado


Día 1°: 03/04

Con todo el equipo necesario, innecesario, útil y puede que inútil, salimos temprano hacia Chihuahua. A las 7 de la mañana ya estábamos en ruta. Nos esperaban, si no había contratiempos, alrededor de 14 horas de auto. Decidimos tomar la ruta Querétaro-San Luis-Zacatecas, algo más corta y sensiblemente más barata. Es la recomendada en la página de internet de la Secretaria de Comunicaciones y Transportes en su enlace " rutas punto a punto". La de Aguascalientes evita cualquier carretera federal, además de no tener que sufrir los topes del libramiento de San Luis Potosí. Un poco de pan, un buen trozo de queso y algo de salchichón, unas manzanas y abundante líquido anulan con eficacia el hambre canina de tantas horas. A la hora de ordenar estas ideas ya perdí la cuenta de las paradas para repostar. A las 9 de la noche estábamos ya registrados en el hotel Quality Inn, en el centro de Chihuahua. 1360 pesos muy bien pagados después de tanta carretera.

El norte del pais es un territorio duro pero agradecido y generoso. Llegando nos regalaron una hora. Estábamos cenando a eso de las 8 de la noche en el restaurante La Casona. Caro y de buena comida y mal servicio, a sólo unas cuadras del hotel. Ellos no respetan la ley de protección a no fumadores. El primer rib-eye ya estaba liquidado. Un breve paseo nos condujo al hotel para descansar.

Día 2: 04/04

La cafetería del hotel a la hora del desayuno: rancheros, familias, lugareños, en fin, llena de gente disfrutando la mañana del sábado. En la puerta varios camiones de turistas nacionales y del otro lado. Todos queremos conocer un poco más lo bueno que ofrece Chihuahua. Tras la rutina mañanera de partida, pusimos rumbo más al norte aún, hacia Paquimé. La carretera está perfecta y aún así la amplían a no sé cuantos carriles. Tres horas de tranquila manejada y llegamos a Casas Grandes. Un oasis en la parte noroeste del desierto chihuahuense, en las riberas del río Paquimé.

El hotel Las Guacamayas está frente a la zona arqueológica. Respetando la arquitectura paquimé y confundiéndose con el entorno desértico es una excelente opción. Conseguir habitación fue fácil pero sobre todo divertido. La dueña, Maite, no estaba, se quedo atascada en un vendaval regresando del otro lado. Su mamá andaba aburridísima haciendo solitarios con las cartas y estaba allí como de prestado. Las dos empleadas del lugar, Crucita y Lucero no sabían nada, ni cuánto costaba la habitación. Así que dejamos $500 de depósito y al día siguiente veríamos qué pasaba. Después de visitar todas las habitaciones del hotel y ponerle peros a casi todas (realmente infundados) elegimos una donde dejar el equipaje y nos fuimos a visitar la zona arqueológica de Paquimé en medio de un ventarrón que nos movía. Allá nadie cobra. Cualquier zona arqueológica Patrimonio de la Humanidad en cualquier lugar del mundo, no baja de $100. Aquí cero. Triste pero cierto.

Es impactante la ciudad de Paquimé y más aún su sistema de acequias y aljibes para la recolección del agua de lluvia.

El Museo de Sitio es un prodigio de construcción adaptada al medio. Maravilloso. Llevar las guías de la revista Arqueología Mexicana ( http://www.arqueomex.com.mx/) es de gran ayuda cuando, como en este caso, no hay guías disponibles.

En la tienda del Museo vimos las primeras piezas de cerámica de Mata Ortiz. Ver los precios y decidir acercarnos al pueblo fue instantáneo.

Al sur de Casas Grandes, como a 15 minutos por una estupenda carretera, está el pueblo de Juan de Mata Ortiz, donde el artesano Juan Quezada ha elevado el arte de la cerámica a cotas inimaginables y ha conseguido ilusionar y convencer a todos sus vecinos de que pueden vivir de la alfarería cerámica, recogiendo e investigando en las técnicas, formas y dibujos ancestrales. Entramos en la galería de los hermanos Trevizo (Óscar y Richy), frente a la estación de ferrocarril, donde compramos dos piezas firmadas, una por Elvira Bugarini y otra, más clásica, por José Luis Loya. Dan ganas de vaciar la tienda, de verdad. De Mata intentamos visitar la Cueva de la Olla, pero el camino está en construcción y nuestro carrito no pasa, sólo un “mueble” tipo troca. De regreso pasamos por Dublán, donde se asentó una comunidad mormona y ya en Nuevo casas Grandes comimos en Malmendy, restaurante de Felipe un mormón que atiende bien a sus comensales. Regresamos al hotel a descansar un rato, un buen rato, la verdad. Lavar la ropa y un buen aseo fue la preparación antes de salir a cenar a la Finca de Don Cruz, en Casas Grandes. Al hotel a descansar.

Día 3: 05/04

Amanecemos sin agua en todo el pueblo de Casas Grandes. Después de un gratificante desayuno que nos ofrecieron Crucita y Lucero, nos despedimos de la mamá de la dueña del hotel, que estaba durmiendo, liquidamos la cuenta (el total fue de $670) y pusimos rumbo a la ciudad de Madera, centro de operaciones de los siguientes dos días. Algo más de tres horas de camino por una carretera sorprendentemente buena para llegar al corazón de la Sierra Madre. Elegimos el Hotel Real del Bosque, a la entrada del pueblo y de $500, viejito y de amplias habitaciones. Después de instalarnos dimos un paseo en coche por los alrededores. Hacia el norte hay, a unos 5 kilómetros, una presa pequeñita, la presa Peñitas, con los servicios necesarios para pasar un agradable día de campo. Hasta rentan cabañas y Tipis para pasar la noche. Regresamos a Madera a alimentarnos en la Cueva del Indio, uno de los dos restaurantes del lugar. Después nos acomodamos a la diversión de la tarde dominical de los lugareños: pasear en el “mueble” por la tercera y la quinta. Horas y horas a 10 por hora. Es como pasear por el Vial, pero en coche. Después de descubrir los placeres de esa diversión nos fuimos al hotel a dormir.

Día 4: 06/04.

Un desayuno en el hotel a base de pan tostado y una infusión de algo que debía ser aserrín y llaman café nos dejó listos para ir a la Barranca de Huápoca. Son 38 kilómetros de terracería en más o menos condiciones. Con unas bajadas, vueltas y revueltas de impresión. Más o menos después una hora de camino se llega al Centro de Recepción que está cerrado y vacío. Aun vacío está perfectamente indicado todo. Estacionamos el “mueble”, nos calzamos las botas, y con algo de líquido y comida en el macuto, tomamos el sendero hacia la Cueva de la Serpiente. El primer tramo es bucólico-pastoril: maravillosos paisajes, buena vereda, contacto suave y agradable con el medio. La segunda mitad es el descenso real a la zona central del acantilado donde se encuentra la Cueva y es realmente duro. Hay que bajar por grietas abiertas en la roca. Pero merece la pena por tres motivos: la Cueva es realmente alucinante, con varias viviendas de adobe y un pasillo que comunica las dos vertientes del monte; la vista del rio Papigochi es maravillosa y el hecho de lograr el objetivo es muy satisfactorio. El regreso en ascenso es duro, muy duro.

Una vez alcanzado el altiplano nos dirigimos a la Cueva del Mirador, pero sólo se llega al borde del precipicio y no hay posibilidad de descender. La vista también merece la pena. Igual nos pasó con la Cueva Nido de Águila.

Tras un tentempié a base de queso y pan, tomamos el camino de regreso a Madera e intentamos visitar la zona de Cuarenta Casas, pero fue inútil ya que cierra a las 15:00 y llegamos a las 15:15. En el pueblo dejamos el “mueble” en un “carwash” para que le borraran las huellas de tanta terracería. Repusimos bebidas y algo de comida para el día siguiente y nos sentamos a comer en el Sam´s Saloon, frente a la Cueva del Indio. Buen lugar con una dueña muy amable. Un cowboy y unas cervezas más tarde, estábamos descansando en el hotel.

Día 5: 07/04

Tras un desayuno igual al del día anterior, cargamos todo en el “mueble”, dejamos el hotel y pusimos proa a 40 Casas. En media hora se llega desde Madera por una carretera en muy buenas condiciones. Es el primer sitio arqueológico, descubierto en el siglo 16, por Cabeza de Vaca, el mismo que anduvo por Uruguay.

Tras registrarnos, pues tampoco cobran, nos acompañó en la visita Tony, nuestro guía. Son 1200 metros de bajada hasta el rio y 600 de subida hasta la gruta. Pesado pero agradable si no te cebas en la subida pues la vereda está en excelentes condiciones. Llevar líquido, de cualquier forma, es conveniente. En un par de horas se hace la ruta de ida y vuelta y la visita. Es alucinante lo que se encuentra y más aún imaginar la impresión de que fue descubierto hace casi 400 años. Nos despedimos de Tony, que se queda allá para regresarse con el último grupo.

A las 12 estábamos manejando hacia Hidalgo del Parral. La carretera de salida de la sierra está perfecta. Después de atravesar los manzanales de Cuauhtémoc, se entronca con la súper a Chihuahua y manejamos hacia el sur hasta la desviación a Parral, en Jiménez. Nosotros hicimos 7 horas en total, con sus paradas para repostar, pero nunca sabremos cuánto se hace sin perderse.

En Parral el hotel fue el Moreira, en pleno centro de la ciudad. Está en mitad de su remodelación y parece que quedará bastante bien. La habitación doble ya remodelada cuesta $368 y son un poco pequeñas. Después de instalarnos, un breve paseo nos llevó a la dulcería La Gota de Miel donde compramos una barbaridad de dulces aunque cuando llegamos a casa a Elvia le parecieron pocos……La persona que estaba como de encargada en la tienda y que parecía la dueña nos recomendó el restaurante Los Pinos, en Santa Bárbara, a las afueras de la ciudad. Y para allá que nos fuimos, con un hambre canija, pero en taxi, para poder tomar unas cervecitas. El lugar está lejillos y es tipo merendero, un gran salón lleno de mesas con la cocina a la vista. La comida buena de verdad y el ambiente y los comensales me trajeron el recuerdo del negocio que montaron Maqroll e Ilona en Panamá.

Cuando estábamos pagando el taxi de regreso, ya en la puerta del hotel un meteorito impresionante cruzó cielo justo frente a nosotros….

Día 6: 08/04

Después de un rápido y no muy buen desayuno en un hotel cerca del nuestro, dejamos nuestro hotel y ya cargados fuimos a visitar la Mina La Prieta. Lo curioso del lugar es que está en el centro de la ciudad. Éramos cuatro personas y todo iba bien para la visita hasta que apareció un autocar cargado de jubiletas del Estado de México y de Pachuca, con algunos nietos añadidos en plena enfermedad adolescente. Después de alguna fricción entre los guías del lugar por ver quién atendía a un grupo que prometía cuantiosas propinas y de una breve explicación sobre las medidas de seguridad, bajamos a la galería que está abierta al público, a 87 metros de profundidad, con un sistema de elevador de más de 50 años que esta vez funcionó perfecto. Entre síntomas claustrofóbicos y desequilibrios varios de presión arterial de nuestros acompañantes, la visita fue larga y pesada. Además hubo quien se puso necio con demostrar lo explotados que están los mineros y lo mal pagados y lo malas que son las dueñas de las explotaciones que se roban el dinero y bla, bla, bla… hasta que la guía, una minera en activo no pudo más y explicó que las minas lo único que traen es riqueza a sus pueblo, en forma de escuelas, buenos sueldos, hospitales, vivienda, en fin que era una bendición, todos ganaban buen dinero y prosperaban. Curiosamente poca gente le creímos.

Tras esta reunión geriátrica, salimos hacia Fresnillo para hacer una parada familiar. Bebimos cerveza, charlamos un buen rato, comimos botanita, nos dimos besos y abrazos y nos quedamos a dormir en el Motel La Fortuna, que por $500, hasta parece caro.

Día 7: 09/04

Tempranito, desayunamos en el hotel y ya estábamos listos para regresar a casa. 7 horas de camino teniendo que atravesar San Luis Potosí, que colecciona topes, y 4316 kilómetros más tarde, llegamos a las 5 de la tarde a casa en pleno Jueves Santo. Aún nos quedaban unos días para descansar.

1 comentario:

Jorge López dijo...

Bonito, muy bonito viaje y descripción. Una cosita nada más ¿se sabe el motivo que les llevó a instalarse en semejante acantilado?